Un poco de campo en pleno centro de la ciudad.
Este espacio apartado a la orilla del Vilaine y a los pies del castillo puede considerarse casi un lugar secreto. Esto se debe principalmente a que la entrada parece privada: se accede a través de un pequeño paso bordeado por muros y fachadas de piedra que sale de la rue du Val y se va desgranando por una suave pendiente.
El paisajista Erwan Tymen diseñó el jardín en 1986 e hicieron falta tres años para concluirlo. La idea fundamental que inspiró el diseño fue la de integrar un espacio natural en el centro de la ciudad procurando transmitir la sensación de que el visitante se encuentra en el campo.
El paseo empieza en la alameda que transcurre a lo largo del cercado. Después de atravesar el césped accedemos a una pasarela de madera y a una zona húmeda donde reinan los helófitos (plantas acuáticas), entre los que distinguimos 28 especies. La parte más ancha, la que da al Vilaine, se extiende entre los bambús del espacio exótico que es posible atravesar sobre un pontón. La alameda sigue el curso del río. La mirada se detiene sobre los caballos, los corderos, los lavaderos y la antigua curtiduría. Dando media vuelta y pasada la pradera, cerca del patio (un antiguo aprisco), encontramos un macizo de plantas vivaces y varios tipos de sauces, el más conocido de todos ellos el llorón. Un poco más allá del vergel, entre los manzanos, el visitante dispone de varias mesas de picnic en las que detenerse y saborear más lentamente el paisaje.
La Pradera de las Lavanderas es un lugar apacible y tranquilo, impregnado de un aire de misterio y quietud. Su encanto se basa en sus pequeñas dimensiones.